CHARLES DARWIN
Cerca del Río Colorado, en el frío agosto de 1833, un joven inglés de acomodada familia londinense pasaba su primera e inolvidable noche a la intemperie. Así la describía en su diario del viaje (en adelante
Diario
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): “(…) en ese momento una desafortunada vaca fue divisada por los ojos de lince de los gauchos, quienes se lanzaron en su persecución, y en pocos minutos la enlazaron y la mataron. Teníamos allí las cuatro cosas necesarias para la vida
en el campo
[SIC en el original]
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: pasto para los caballos, agua (sólo una charca de agua turbia), carne y leña. Los gauchos se pusieron del mejor humor al hallar todos estos lujos, y pronto empezamos a preparar la cena con la pobre vaca. Esta fue la primera noche que pasé a la intemperie, teniendo por cama el recado de montar. Hay un gran placer en la vida independiente del gaucho al poder apearse en cualquier momento y decir: ‘Aquí pasaré la noche’. El silencio fúnebre de la llanura, los perros alerta, y el gitanesco grupo de gauchos haciendo sus camas en torno del fuego, han dejado en mi mente un cuadro imborrable de esta primera noche, que nunca olvidaré”. Se llamaba Charles Robert Darwin y comenzaba su travesía a caballo desde el río Negro hasta Buenos Aires
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, con 24 años y sin siquiera sospechar el papel que iba a tener en la ciencia y la cultura occidental. Integraba, como naturalista, la expedición oficial de su majestad británica a bordo del
HMS Beagle
al mando del capitán Robert Fitz Roy, que dio la vuelta al mundo entre diciembre de 1831 y octubre de 1836. Antes de zarpar, desde Devonport, Darwin le cuenta a su familia en una entusiasmada carta: “Todos aquellos que están a la medida de opinar, dicen que se trata de una de las travesías más
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Las citas textuales de este artículo, salvo indicación en contrario, provienen de la primera edición del Diario del viaje de Darwin (
Journal of Researches
into the Geology and Natural History of the Various Countries Visited by H.M.S. Beagle from 1832-1836),
publicado en 1839 como tercer volumen de la obra
Narrative of the Surveying Voyages of His Majesty’s Ships Adventure and Beagle (1826-1843)
. El primero y el segundo fueron escritos por los capitanes P. Parker King y R. Fitz-Roy, respectivamente.
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Los agregados míos al texto original van entre corchetes.
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Luego seguiría viaje a las ciudades de Santa Fe, Paraná, Coronda y Montevideo.
grandiosas que jamás se hayan emprendido. Estamos equipados a lo grande (…), todo es tan próspero como el ingenio humano puede hacerlo” El 3 de agosto de 1833 el
Beagle
llegó a la desembocadura del río Negro, al sur del río Colorado, procedente de Maldonado. Navegaron hasta la villa “indiferentemente llamada El Carmen o Patagones” unas “80 millas río arriba”. Permanecieron un tiempo por la zona y el general Ángel Pacheco, que formó parte de la Campaña al Desierto de Rosas, informaba por carta a Buenos Aires que una corbeta inglesa había estado haciendo reconocimiento de costas “y con pretexto de carreras y otros juego han derramado el oro con profusión, solicitaron los mejores baqueanos del río, tomaron de ellos los conocimientos más minuciosos, y han comprado a cualquier precio todas las plantas que se producen allí y hasta los arbustos más insignificantes” (Walter, 1973, pág. 226). En esos tiempos, Juan Manuel de Rosas era uno de los protagonistas de la vida política del Río de la Plata y se vislumbraba como el hombre poderoso que llegó a ser. En su primer mandato como gobernador de Buenos Aires, de 1829 a 1832, había obtenido “facultades extraordinarias”, el grado de Brigadier y el titulo de “Restaurador de las Leyes”, otorgados por la Legislatura. En 1832 no se le renuevan esas facultades extraordinarias, Rosas rechaza su reelección y se designa gobernador a Juan Ramón Balcarce, de tendencia más moderada dentro del federalismo, lo cual generó algunas tensiones y rupturas. Rosas decide, entonces, alejarse momentáneamente de la escena y pasa a encabezar la “Campaña al Desierto”, que había proyectado en su gobierno con el objetivo de ampliar las fronteras de la provincia y empujar a los indios al sur del Río Colorado, y terminar así con las continuas incursiones de los malones y los robos en las estancias. El proyecto original consistía en hacer avanzar tres columnas simultáneas: la izquierda u oriental, al mando de Rosas; la del centro que partiría de Córdoba al mando de Facundo Quiroga (fue comandada finalmente por Ruiz Huidobro) y la derecha u occidental al mando de Félix Aldao (originariamente debía ir el general Bulnes por Chile pero conflictos internos en su país se lo impidieron). La única columna que logró cumplir su objetivo fue la de Rosas que partió de Buenos Aires el 22 de marzo de 1833 y acampó a orillas del Colorado, desde donde envió divisiones hacia Choele-Choel, el Río Negro, los ríos Limay y Neuquén y otros puntos clave. A propósito de esta campaña el capitán Fitz Roy escribe en una carta:
“En este momento, el ejército de los Provincias Unidas del Río de la Plata ocupa la margen norte [del río Negro], mientras que los infortunados y ahora acosados indios tratan de conservar la posesión de la sur. Una guerra de exterminio parece ser el propósito de los criollos liberales e independientes. Cada indio es su enemigo inveterado; (...) mientras los españoles ocupaban el país, estos indios sureños mostraban la mejor de las disposiciones para con el intruso blanco y lo recibían con la mayor hospitalidad. A partir de la Revolución (qué sonido glorioso) las hostilidades no hacen sino crecer”.
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En varias oportunidades, mientras el Beagle (y alguna de las dos naves más pequeñas alquiladas para algunas tareas especiales) cumplía con sus misiones específicas, Darwin realizaba otros recorridos en forma independiente. Así, decide realizar el mencionado viaje a caballo hacia el norte de la actual provincia de Buenos Aires. Lo acompañaron: “mister Harris”, un inglés que residía en Patagones (quien le había alquilado a Fitz Roy las dos naves pequeñas mencionadas), “un guía y cinco gauchos, que marchaban al campamento del ejército con asuntos propios del servicio”. Pretendía recorrer unas tierras que Rosas había dejado bastante “limpias de indios” y con “piquetes de soldados con repuesto de caballos (postas) a fin de poder mantener comunicación con la capital”.
Un encuentro cerca del río Colorado
En dos días llegaron al río Colorado (a 130 kms. de distancia), en una “ruta que apenas merece nombre mejor que el de un desierto”, y en el campamento que Rosas había
instalado allí cerca, se encontraron una tarde. Una reunión de dos horas, protocolar, una de las tantas reuniones que tuvo el hombre poderoso de estas tierras cerca del río Colorado. Pero la historia posterior reilumina ese encuentro. El joven e ignoto Charles de 1833 terminó generando la mayor (probablemente la única) revolución antropológica y cultural derivada de una teoría científica; formaba parte de una misión oficial de la gran potencia imperialista del siglo XIX de relaciones tan conflictivas con la Argentina. Por ello, entre tantos viajeros que recorrieron estas tierras, su testimonio resulta relevante. No obstante, en las biografías más conocidas de Darwin
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Carta de R. Fitz Roy del 16 de julio de 1833 (Archivos del departamento de Hidrografía, Taunton).
no hay menciones sobre este encuentro. Quizá, además del protocolo, Rosas haya estado interesado en conocer a un naturalista inglés, ya que, según señalan algunos historiadores revisionistas, había llevado ingenieros, astrónomos, hidrógrafos, médicos, agrónomos y veterinarios en su expedición. En esa línea podría entenderse la ironía de Fitz Roy al referir, en su diario, que Rosas lo trató muy amablemente, y que Darwin “disfrutaba de su paseo por la orilla [del río Colorado] sin molestarse, porque el viejo Mayor [Rosas] ya no le tenia miedo a un naturalista”. El
Diario
de Darwin es una obra que describe con una proverbial meticulosidad no solo lo que era incumbencia de un naturalista en la época (la biología, la geografía y la geología de la zona), sino que también aporta consideraciones antropológicas y sociológicas sobre los habitantes del país de una agudeza y lucidez más propias de un profesional avezado que de un joven inquieto. Muestran su enorme capacidad analítica y de observación, al tiempo que una gran creatividad conceptual para ensayar hipótesis plausibles. Dedica varios capítulos a sus recorridos por la Patagonia (incluyendo Malvinas), la actual provincia de Buenos Aires, la Banda Oriental, las provincias de Santa Fe y Entre Ríos y una excursión a Luján de Cuyo (Mendoza) atravesando la cordillera desde Chile. Hace algunas referencias a la personalidad de Juan Manuel de Rosas, a su relación con los soldados, los gauchos y los indios y analiza también las condiciones de vida en la pampa describiendo situaciones vividas por él, repitiendo anécdotas y comentarios escuchados de otras personas –algunos de los cuales parecen más mitologías deformadas y magnificadas por la tradición oral que reales-. Deja traslucir cierta ambigüedad en sus opiniones sobre los habitantes criollos de estas tierras, los gauchos y los indios de la pampa y de la Patagonia: por un lado elogia sus condiciones, probablemente como resultado de la fascinación que sobre el joven Charles ejercen la vida al aire libre, los caballos, la caza y la aventura; pero al mismo tiempo, expresa una visión negativa sobre las costumbres y las culturas de los mencionados grupos, a veces incluso desnudando los prejuicios de la época y el imaginario que un joven inglés, culto y acomodado, podía tener al visitar estas tierras. Darwin llegó con su pequeña comitiva al campamento de Rosas, cerca del río Colorado y lo describe así: “(…) un cuadrado formado por carros, artillería, chozas de paja, etc. Casi todas las tropas eran de caballería, y me inclino a creer que un ejército semejante de villanos seudobandidos jamás se había reclutado antes. La mayor parte de los soldados eran
mestizos de negro, indio y español. No sé por qué razón los hombres de tal origen rara vez tienen buena catadura. Pedí ver al secretario para presentarle mi pasaporte. Empezó a interrogarme de manera autoritaria y misteriosa. Por suerte llevaba una carta de recomendación del gobierno de Buenos Ayres para el comandante de Patagones. Se la llevaron al general Rosas, quien contestó muy atento, y el secretario volvió a verme, muy sonriente y amable. Establecimos nuestra residencia en el
rancho
[SIC en el original] o casucha de un viejo español muy curioso, que había servido con Napoleón en la expedición contra Rusia. Estuvimos dos días en el Colorado (…). Mi principal diversión era observar a las familias indias que venían a comprar algunas menudencias al rancho donde nos hospedábamos”. El
relato del encuentro es breve: “Mi entrevista terminó sin una sonrisa, y obtuve un pasaporte con una orden para las postas del gobierno, que me facilitó de muy buenas maneras”. Señala que Rosas “es un hombre de extraordinario carácter y ejerce una enorme influencia en el país, la cual parece probable usará para la prosperidad y progreso del mismo”. Pero anotará a pie de página en la segunda edición del
Diario
: “Esta profecía ha resultado una completa y lastimosa equivocación: 1845”. Darwin reproduce relatos sobre las cualidades de Rosas como jinete, sobre su carácter y su forma de conducir a su tropa: “Se dice que posee 74 leguas cuadradas de tierra y unas 300.000 cabezas de ganado. Sus establecimientos están admirablemente administrados y producen más cereales que el resto. Lo primero que le dio gran celebridad fueron las reglas dictadas para sus propias estancias y la disciplinada organización de varios centenares de hombres para resistir con éxito los ataques de los indios. Hay muchas historias sobre el rigor con que hizo cumplir esas reglas. Una de ellas fue que nadie, bajo pena de calabozo, llevara cuchillo los domingos, pues como en estos días era cuando más se jugaba y bebía, y las consiguientes peleas con cuchillo solían frecuentemente ser fatales. Un domingo se presentó el gobernador a visitar su estancia y el general Rosas, en su apuro por salir a recibirle, lo hizo llevando el cuchillo al cinto, como era usual. El administrador le tocó en el brazo y le recordó la ley, por lo que Rosas le dijo al gobernador que sentía mucho lo que le pasaba, pero que le era forzoso ir a la prisión, y que no tenía ningún poder en su propia casa hasta que no hubiera salido. Luego de algún tiempo, el administrador creyó oportuno abrir el calabozo y ponerlo en
libertad; pero tan pronto lo hizo, el prisionero le dijo: ‘Ahora tú eres el que ha quebrantado las leyes, y por tanto debes ocupar mi puesto en el calabozo’. Ser un buen jinete y demostrarlo tanto en el trabajo de campo como en la guerra, era de gran importancia para la consolidación del poder y el ascendiente de los caudillos sobre sus gauchos y seguidores. Darwin, que sentía fascinación por las cabalgatas y los caballos, cuenta la historia según la cual Rosas era capaz de saltar desde la “maroma” con gran destreza. Otras historias cuya veracidad resulta de difícil comprobación, pintaban a los ojos de Darwin, el estilo de Rosas: “Me aseguró un comerciante inglés que en una ocasión un hombre mató a otro, y al arrestarle y preguntarle el motivo respondió: “Ha hablado irrespetuosamente del general Rosas, y por eso lo maté”. En una semana el asesino estaba en libertad. No cabe duda de que esto fue obra de los partidarios del general y no de él mismo. En la conversación es entusiasta, sensato y muy serio. Su seriedad rebasa los límites: escuché a uno de sus bufones (pues tiene dos, como los antiguos barones) referir la siguiente anécdota: “Una vez tenía muchas ganas de oír cierta pieza de música, por lo que fui dos o tres veces a preguntarle al general, que me dijo: “¡Vete a tus quehaceres, que estoy ocupado!”. Volví nuevamente y entonces me dijo: “Si vuelves, te castigaré”. La tercera que insistí, se echó a reír. Salí precipitadamente de la tienda, pero era demasiado tarde, pues mandó a dos soldados que me atraparan y me estaquearan. Supliqué por todos los santos del cielo que me soltaran, pero de nada me sirvió; cuando el general se ríe no perdona a nadie, sano o cuerdo”. El pobre hombre se mostraba dolorido de sólo recordar el tormento de las estacas. Es un castigo primerísimo; se clavan en la tierra cuatro postes, y la persona es atada a ellos por los brazos y las piernas horizontalmente, y se lo deja por varias horas. La idea está evidentemente tomada del procedimiento usado para secar las pieles”. Refiere Darwin que no ha visto nada parecido al entusiasmo que se puede percibir entre los gauchos y habitantes de los distintos poblados y postas que recorrió, por Rosas y el éxito por la más “justa de las guerras, porque se hace contra los bárbaros”. Guerra “perfectamente justificada pues hasta hace poco ni hombre ni mujer ni caballo estaban libres de los ataques de los indios”. Y evalúa:
“(…) creo que en otros cincuenta años no quedará ni un indio salvaje al norte del río Negro. La guerra es demasiado sangrienta para durar; los cristianos matan a todos los indios y los indios hacen lo mismo con los cristianos (…). No sólo han sido exterminadas tribus enteras, sino que los indios que sobrevivieron
se han hecho más bárbaros, y en lugar de vivir en grandes poblados y de emplearse en las artes de la pesca y la caza vagan ahora por las abiertas llanuras, sin vivienda ni ocupación fija” Una breve digresión vale la pena aquí. Darwin no hacía más que hacerse eco de convicciones de la época sobre la inferioridad de algunos seres humanos, sobre todo los que encontró luego en la Patagonia, una creencia más que arraigada en la Inglaterra victoriana con respecto a las desigualdades y jerarquías raciales. Sin embargo, al mismo tiempo, despreciaba profundamente el esclavismo y lejos de tener una actitud de desprecio para con las “razas inferiores”, mantenía, más bien, una posición paternalista. Esta suerte de dualidad lo acompañaría toda la vida. El salvoconducto de Rosas le sirvió finalmente a Darwin en ocasión de su regreso a Buenos Aires, luego de llegar a las ciudades de Santa Fe y Paraná. Fue en ocasión de la llamada “Revolución de los Restauradores” del 11 de octubre de 1833. Darwin intenta llegar a Buenos Aires en pleno conflicto (el 20 de octubre) y lo recibe el general Mariano Benito Rolón, que en esos momentos, como segundo Jefe del denominado Ejército Restaurador de las Leyes, sitiaba la ciudad, ejército en el cual, según Darwin “el general, los oficiales y los soldados, todos parecían, y creo que en realidad lo eran, grandes villanos”. A pesar de todo y de tener que dar un rodeo extenso hasta la ciudad de Quilmes, al sur de la ciudad, pudo entrar en Buenos Aires para irse rápidamente a Montevideo.
Tierra de indios y gauchos
En repetidas ocasiones Darwin se refiere a los indios y gauchos de la pampa y hablando de los “cerca de 600 indios aliados” que Rosas tenía: “Los hombres eran altos y de fina raza; pero posteriormente descubrí sin esfuerzo en el salvaje de la Tierra del Fuego el mismo repugnante aspecto, procedente de la mala alimentación, el frío y la ausencia de cultura. Algunos autores, al definir las razas primarias de la Humanidad, han separado a estos indios en dos clases; pero no puedo
creer que ello sea correcto. Entre las indias jóvenes, o
chinas
[SIC en el original] algunas son realmente hermosas. (…) cabalgan como los hombres, pero con las rodillas más recogidas y altas. Este hábito quizás provenga de estar acostumbradas a viajar en caballos cargados. La obligación de las mujeres es cargar y descargar los caballos; preparar las tiendas para la noche, y, en suma, como en todas las tribus salvajes, su condición es la de esclavas. Los hombres pelean, cazan, cuidan de los caballos y hacen aparejos de montar. Una de sus principales ocupaciones cuando están en sus viviendas consiste en golpear dos piedras una contra otra hasta redondearlas. Las
bolas
[SIC en el original] son un arma importante para los indios para cazar y proveerse de caballos, tomando cualquiera de los que vagan libres por el llano. (…) Su principal orgullo es tener objetos de plata, y he visto un cacique cuyas espuelas, estribos y mango de cuchillo eran de ese metal; la cayada y riendas estaban hechas de alambre del grosor de la tralla de un látigo lo que otorgaba una elegancia especial en el manejo de magníficos caballos”. La permanente referencia al riesgo que se corría con los indios, refleja indudablemente el temor corriente entre los gauchos y soldados con los que se rodeaba. Varias veces relata situaciones en las cuales, si bien finalmente no pareció correr riesgo alguno, se percibe claramente el temor sufrido y la obsesión por el ataque de los indios. En una ocasión, yendo hacia Bahía Blanca con un baqueano, y al ver tres jinetes a lo lejos, relata: “(…) mi compañero se apeó inmediatamente, y observándolas con atención dijo: ‘No montan como cristianos, y nadie puede abandonar el fuerte’. Los tres jinetes se reunieron, y también bajaron de sus caballos. Al final, uno montó otra vez y dio vuelta a un cerro, ocultándose. Mi compañero dijo: ‘Debemos permanecer sobre los caballos, prepare su pistola’. Y él echó una mirada a su espada. Yo pegunté ‘¿Son indios?’. ‘¡
Quién sabe
! [SIC en el original]. Si no hay más que tres, no importa’. Entonces se me ocurrió que el jinete que desapareció tras de la montaña habría ido a buscar el resto de su tribu. Se lo sugerí, pero, por toda respuesta obtuve ‘¡
Quién sabe
!’ [SIC en el original]. Su cabeza y ojos no cesaron ni un minuto de escudriñar el lejano horizonte. Su extraordinaria sangre fría me pareció una broma demasiado pesada, y le pregunté por qué no volvía a casa. Me preocupé cuando respondió: ‘Volveremos; pero en una dirección cercana a un pantano, en el que
podemos lanzar los caballos a todo galope, y luego usar nuestras piernas; de modo que no haya peligro’. Yo no me sentía tan seguro, y quería que aceleráramos el paso. Pero él me dijo: ‘No, mientras no lo hagan ellos’. Galopábamos cuando quedábamos detrás de alguna desigualdad del terreno, pero mientras permanecíamos a la vista continuábamos al paso. Al fin llegamos a un valle, y doblando hacia la izquierda galopamos rápidamente hasta el pie de un cerro; me dio su caballo para que se lo tuviera, hizo a los perros echarse, y luego, gateando sobre manos y rodillas comenzó el reconocimiento. Permaneció en esa posición algún tiempo, y finalmente estalló en una carcajada, exclamando: ¡Mujeres! [“mugeres” en el original]. Él las conocía: eran la esposa y la cuñada del hijo del comandante del fuerte, que estaban buscando huevos de avestruz. Describí la conducta de este hombre porque actuó bajo la fuerte impresión de que eran indios. Sin embargo, tan pronto como se dio cuenta de su absurda equivocación expuso cien razones por las cuales no podían haber sido indios; pero todas ellas se le habían pasado por alto en su momento”. En otra ocasión, cerca de la Sierra de la Ventana: “Pasamos la noche en la posta, y la conversación, como era habitual, versó acerca de los indios. Sierra de la Ventana fue anteriormente un gran lugar de refugio, y tres o cuatro años atrás hubo allí muchas peleas. Mi guía estuvo presente en una ocasión en que muchos indios fueron muertos: las mujeres escaparon a la cumbre de la montaña y pelearon desesperadamente arrojando grandes piedras, muchas se salvaron”. (…) Durante mi permanencia en Bahía Blanca (…) se recibió la noticia de que en una posta de la ruta de Buenos Aires habían hallado a todos los hombres asesinados. Al día siguiente llegaron 300 hombres procedentes de Colorado, a las órdenes del comandante Miranda. Una gran parte de estos soldados eran indios
mansos
[SIC en el original], pertenecientes a la tribu del cacique Bernantio. Pasaron la noche allí; y resulta imposible concebir algo más bárbaro y salvaje que las escenas de su vivac. Algunos bebieron hasta emborracharse; otros se hartaron de ingerir la sangre fresca de las reses sacrificadas para su cena, y luego, sintiéndose con náuseas, en medio de la suciedad y la sangre coagulada. (…)
La vida de los gauchos y soldados en las condiciones de permanente acoso y peligro, además de las ya de por sí miserables condiciones materiales de vida, impresionan vivamente a Darwin y, como se viene señalando, también manifiesta opiniones encontradas. “¡Qué vida tan miserable parecen llevar estos hombres!” anota en septiembre de 1833. Observa que el gaucho, durante meses: “(…) no toca otra cosa que carne de vaca [“beef” en el original]. Pero he observado que ellos comen gran cantidad de grasa, sustancia de una naturaleza menos animal, y les disgusta particularmente la carne seca, como la del agutí. El Dr. Richardson ha observado también ‘que cuando la alimentación ha estado constituida durante largo tiempo por carne magra se siente una necesidad irresistible de tomar grasa, en términos de poder consumirla pura en grandes cantidades, y aun derretida, sin sentir náuseas’; esto me parece un curioso fenómeno fisiológico.” Reconoce las grandes habilidades de los gauchos con las boleadoras y con el lazo, incluso viajando a todo galope, para atrapar vacas o avestruces en medio del
campo. Señala que las boleadoras pueden lanzarse, aunque sin demasiada puntería a unas “50 o 60 yardas” (45 a 55 metros). Sin embargo, cuando es un jinete el que las arroja la velocidad del caballo se añade a la fuerza del brazo, y pueden alcanzar con eficacia un blanco situado a unas “80 yardas” (70 metros). En una ocasión (en las islas Malvinas), luego de atrapar una vaca: “(…) tuvimos de cena ‘carne con cuero’ [SIC en el original] es decir, carne asada con su piel. Es un bocado tan superior a la carne de vaca ordinaria como el venado lo es al cordero. Se puso encima de las brasas un gran trozo circular, sacado del cuarto trasero, con el pellejo hacia abajo en forma de plato, de suerte que no se perdió nada de la sustancia. Si algún respetable regidor de Londres hubiera cenado con nosotros aquella noche ‘carne con cuero’, pronto se habría celebrado en Londres”. Darwin describe al gaucho como invariablemente cortés y hospitalario y “muy superior a las personas de las ciudades (…) es modesto, tanto respecto de sí mismo como de su país, y al mismo tiempo animoso y bravo”. Sin embargo:
“(…) también se cometen muchos robos y se derrama mucha sangre. El uso constante del cuchillo es la causa principal. Es lamentable escuchar cuántas vidas se pierden por cuestiones triviales. En las peleas, cada uno trata de marcar la cara de su adversario cortándole en la nariz o en los ojos; así, se ven con mucha frecuencia profundas y horribles cicatrices. Los robos son la consecuencia natural del juego, universalmente extendido, exceso de bebida y de la extremada indolencia. En
Mercedes
pregunté a dos hombres por qué no trabajaban. Uno me respondió, muy serio, que los días eran demasiado largos; y el otro, que por ser demasiado pobre. La abundancia de caballos y profusión de alimentos son la destrucción de la laboriosidad. Para colmo, hay una gran cantidad de días feriados y creen que nada puede salir bien si no se empieza con la Luna en cuarto creciente; de modo que la mitad del mes se pierde por estas dos causas. La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre pobre comete un asesinato y es atrapado, será encarcelado y, tal vez, fusilado; pero si es rico y tiene amigos, no tendrá graves consecuencias. Es curioso que hasta las personas más respetables del país favorezcan siempre la fuga de los asesinos. Parecen pensar que los individuos delinquen contra el gobierno y no contra la sociedad. Un viajero no tiene más protección que sus armas de fuego, y el hábito constante de llevarlas es lo que favorece la mayor frecuencia de los robos”.
Algunas piezas para la teoría de la evolución
Es reconocido y aceptado tanto por el propio Darwin como por sus biógrafos, que algunos hallazgos y observaciones del extenso viaje resultaron clave para armar ese rompecabezas que fue, a la postre, la teoría de la evolución. El sur de la provincia de Buenos Aires y las Galápagos son, sin duda, dos de esos puntos fundamentales. Sin embargo no hay nada en el
Diario
que permita trampear la historia y encontrar en ese escrito de 1839 una idea que surgiría años después en la mente de Darwin, quien, por esa época observaba, dudaba, especulaba un poco, juntaba lo que le parecía importante y lo enviaba cada tanto desde algún puerto a Inglaterra en cajones que se acumulaban esperando el regreso. Cuando el Beagle lo deja en Bahía Blanca y antes de emprender el
viaje a Buenos Aires, Darwin llega a la zona de Punta Alta
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“interesantísima por el número y carácter extraordinario de los restos de gigantescos animales terrestres sepultados en ella”, donde encuentra una cantidad de piezas paleontológicas importantes: “1.° Varias partes de tres cabezas y otros huesos del Megatherium, cuyas enormes dimensiones expresa su nombre mismo. 2.° El Megalonyx, gigantesco animal afín. 3.° El Scelidotherium, animal también afín, del que obtuve un esqueleto casi completo (…). 4.° El Mylodon Darwinii, género estrechamente relacionado con los precedentes, de tamaño un poco menor. 5.° Otro gigantesco cuadrúpedo desdentado. 6.° Un animal grande, con caparazón óseo en compartimientos o divisiones, muy parecido al de un armadillo. 7.° Una especie extinguida de caballo (…). 8.° Un diente de un animal paquidermatoideo, probablemente el mismo que el Macrauchuenia bestia enorme, con un largo cuello como un camello (…). Finalmente, el Toxodon, tal vez uno de los más extraños animales que hayan sido descubiertos; en la talla es igual al elefante o megaterio, pero la estructura de sus dientes, como asegura Mr. Owen, demuestra indiscutiblemente que guardaba estrechísimas relaciones con los roedores (…); en muchos pormenores se acerca a los paquidermos; juzgando por la posición de sus ojos, oídos y narices, era probablemente acuático, como el dugong y el manatí, con el que tiene gran parentesco. ¡Cuán maravilloso es que órdenes tan diferentes, al presente enteramente separados, coincidan en diferentes puntos de la estructura del Toxodon!”.
Recuerdos de una naturalista consagrado
Las historias posteriores de Darwin y de Rosas son conocidas. Darwin nunca volvió por estas tierras, nunca volvió a salir de Inglaterra. Rosas, hombre fuerte en los
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En la actualidad, cerca de allí, en las playas de Pehuen-Có hay una Reserva Geológica, Paleontológica y Arqueológica a partir del hallazgo de huellas de pisadas de ejemplares extinguidos.
años posteriores al encuentro, terminó exiliado, veinte años después, en Inglaterra pero nunca volvieron a cruzarse. Darwin nunca volvió a hablar de Rosas, pero en su Autobiografía, dirigida a sus hijos y su familia, refiere varias veces al impacto que causó en su mente y en su espíritu su paso por las pampas y la Patagonia. Luego de su muerte, su hijo Francis decide publicar esa Autobiografía junto con algunas cartas, y agrega: “Sólo en los últimos años se aficionó definitivamente al tabaco, aunque en sus excursiones a caballo por las pampas aprendió a fumar con los gauchos, y le he oído hablar del gran consuelo que suponía una copa de mate y un cigarrillo cuando descansaba después de una larga cabalgata y le era imposible conseguir algo de comer durante algún tiempo” (F. Darwin, 1887, pág. 188)
BIBLIOGRAFIA
Darwin, C. R. (ed.) (1838),
The zoology of the voyage of H.M.S. Beagle. By Richard Owen,
London: Smith Elder and Co. Darwin, C. (1839),
Journal of researches into the geology and natural history of the various countries visited by H.M.S. Beagle
. London: Henry Colburn. Darwin, F. (ed.) (1887),
The life and letters of Charles Darwin, including an autobiographical chapter,
London: John Murray Lapido, G. y Spota de Lapieza Elli, B. (1975),
The British Packet. De Rivadavia a Rosas I (1826-1832)
, Bs. As., Solar Hachette. Walter, Juan Carlos (1973),
La conquista del desierto
(2º Edición), Bs. As., Eudeba. .
IMPRIMIR PARA REALIZAR LA ACTIVIDAD N° 1
Señorita Verónica
Seño vero esto es para trabajar en la escuela? Mamá de pilar
ResponderEliminarSeño, para cuàndo tienen que llevar la informaciòn impresa?
ResponderEliminarSeño ya lo imprimi. Mi papa me ayudo porque no salia el texto en forma ordenada cuando lo imprimi por primera vez. tambien imprimi LA SEMBLANZA DE ROSAS. AGOS
ResponderEliminarSeñorita quisiera saber si las actividades se van a hacer y explicar en el colegio o tienen que realizarse en casa?
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